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La capacidad de amar es el mayor talento que podemos suplicar. No lo es tanto la eficacia, ni la inteligencia, ni la fuerza, ni las capacidades que Dios nos regala. Es la capacidad que Dios ha puesto en el alma de amar desde lo profundo, desde lo más hondo. Ese don del Espíritu que nos permite seguir dando cuando no queda nada, y seguir amando en el silencio cuando ya todos nos han olvidado.