I Domingo de Cuaresma
Mirar mi vida como es hoy y sonreír. Saber que hay cosas que cambiaría sin problemas. Otras que me gustan y quiero. Sólo me queda aceptar que la realidad es la que es y no hay que tenerle miedo.
Mirar mi vida como es hoy y sonreír. Saber que hay cosas que cambiaría sin problemas. Otras que me gustan y quiero. Sólo me queda aceptar que la realidad es la que es y no hay que tenerle miedo.
Lo que sana es el amor incondicional de Dios, que no depende de mi respuesta, que siempre tiende su brazo hacia mí, queriendo que me conmueva, que me deje amar.
Me gustaría aventurarme por la vida con un corazón de niño. Tocar la belleza más sencilla. Me encantaría desentrañar misterios, descubrir la luz. Dar claridad y aire a los cuartos oscuros.
¿Cómo hacer para vivir el día como vivía Jesús? No es tan sencillo, pero lo deseo. Caminar, soñar, tocar, mirar y pensar que todo lo que tengo es una oportunidad que Dios me da para amar la vida.
No pretendamos nivelar, ni igualar. La originalidad es el camino concreto que Dios marca a cada uno. Potenciando la fuerza interior que Dios nos ha confiado. Respetando diferentes formas de ser.
¡Qué sano es entonces aprender a decidir por nosotros mismos! Podemos pedir consejo, pero al final decidimos nosotros. Que es lo que importa. Decidir nos hace más felices.
Ojalá esta Navidad me haya dejado el alma llena de asombro y alegría, de paz y esperanza, de generosidad y sueños. Ojalá me haya hecho más niño y más pobre; adorando, postrado, ante Dios.
Hay personas que son estrellas que nos llevan a Jesús, que ponen una escalera para llegar hasta el cielo. Para que Dios baje y se ponga a nuestra altura.
Sueño con que ese amor de Jesús me haga capaz de amar. De sentir como Él sentía. Capaz de llorar y reír, de quedarme y partir. De estar atento al dolor ajeno. Preparado para perder la vida. Sin seguros.
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.