XVIII Domingo Tiempo Ordinario
Cuanto más amo, más quiero. Cuanto más deseo, más espero, más sueño. La necesidad me pone en camino. No quiero vivir no necesitando nada. Quiero vivir necesitando el cielo.
Cuanto más amo, más quiero. Cuanto más deseo, más espero, más sueño. La necesidad me pone en camino. No quiero vivir no necesitando nada. Quiero vivir necesitando el cielo.
Me gustan los niños con mirada sencilla. Me gusta el niño que llevo dentro. El niño que se esconde y sale a veces, cuando se siente en casa. Jesús fue niño, amó a los niños, rió como niño.
Tengo que escribir mis fuentes de mi alegría en un lugar visible, para no olvidarlas. ¿Cuál es mi propia lista? Si las olvido pierdo lo más importante, pierdo el sentido de mi vida.
Jesús no formó un ejército en orden de batalla. Eligió hombres y los mandó a la misión. Todos originales. Todos diferentes. Escuchó lo que había en su alma, respetó sus sentimientos.
Jesús me invita a tener un alma grande. Su gracia me basta. Él construye sobre mi vida con sus carencias y riquezas. Dios llena la grieta de mi alma con la fuerza de su amor.
Me gustaría tener tanta fe. Me gustaría ser capaz de vencer los miedos y tocar el manto de Jesús. El de aquellos que llevan a Jesús en su alma. Tocar la vida que se me da. Pedir ayuda.
Es la pregunta que ojalá nos hagamos siempre en nuestra vida matrimonial. Una y otra vez. Desde el primer día. Toda la vida. En momentos de luz, cuando disfrutamos de la vida. En momentos de dolor, cuando cargamos juntos la cruz y nos miramos. En momentos de renuncia cuando la decisión es elegir el amor más grande. En la noche y en el día. En el silencio y en el llanto. Cuando ha habido ofensas y perdón. Cuando ha habido palabras y risas. Sí, la misma pregunta: « ¿Me amas?». La misma respuesta: «Tú lo sabes todo, tú sabes cuánto te quiero».
Quisiera aprender yo a descansar en las manos de Dios. Sin miedo. Sin querer controlarlo todo. En sus atrios. Como un niño. Con paz. Un gorrión en la casa de Dios.
Él tiene mi vida en sus manos. No quiero apoderarme de mi presente. No quiero sentirme dueño de mi suerte. Quiero vivir con la paz del que sabe que su vida descansa en Dios.
El amor que Dios nos tiene es un amor a prueba de desprecios. No es un amor sólo presente cuando actúo bien, cuando obedezco sus mandatos. El amor incondicional de Dios me salva.