Domingo de Pentecostés
El Espíritu Santo hoy nos saca de la masificación, nos hace alegrarnos en los dones que nos ha dado. Nos capacita para amar más desde nuestra verdad. Nos hace creativos.
El Espíritu Santo hoy nos saca de la masificación, nos hace alegrarnos en los dones que nos ha dado. Nos capacita para amar más desde nuestra verdad. Nos hace creativos.
Jesús pasó por la vida despertando a hombres esclavos. Les hizo ver sus cadenas. Les mostró el camino de la libertad. No dejó que siguieran durmiendo sin enfrentar sus vidas.
Los acontecimientos de nuestra vida son esos misterios que nos ayudan a descubrir la mano de Dios guiando nuestra barca. Esos sucesos pasados nos dan ánimo, nos ayudan a caminar.
Peregrinamos a Schoenstatt y a Roma. Son dos momentos. Uno más hacia dentro, de poder alegrarnos y agradecer, de renovación en familia de la alianza de amor con María, de volver a ese primer amor. El otro más hacia fuera, de servicio, entrega y disponibilidad a la Iglesia. Vamos unidos. En familia.
Es bonito pensar que hay un sitio pensado para mí en el cielo, un lugar hecho a mi medida, ese hogar añorado que tanto deseo, esa tierra soñada que me espera. Junto a aquellos a los que amo.
La vida verdadera surge a través de la puerta. La puerta del Santuario que nos lleva a María. La puerta abierta de nuestro propio corazón en el que entra Dios.
Es posible volver a comenzar. Hace falta volver al origen, a lo que somos, a lo que no perderemos porque forma parte de nuestra forma de ser, de nuestras raíces, de nuestro ser más profundo.
La Pascua es el amor de Cristo resucitado que irrumpe en nuestra vida pequeña y mezquina y la salva; la hace grande, libre, inmensa por obra de su misericordia.
Un amor nuevo, resucitado, lleno de esperanza que levante a los desesperados, que salve a los caídos, que acerque a Dios a los más alejados. Un amor que todo lo enaltezca, que espere y sueñe.