«Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Con un amor humano y limitado, torpe y dispuesto, lleno de confianza. Un amor que brota de nuestra herida. Esa herida de amor que llevamos desde que nacemos. Esa herida grabada a fuego que nos une con el corazón de Cristo, también herido, también roto
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